Acerca del Encuentro con El Otro



Es una necesidad para todos comprender lo que sucede cuando dos personas se encuentran. Mucho descontento y enfermedad se genera por la incapacidad de estar con otro, de estar primero con uno y, después, con otro.


¿Qué es lo que sucede en este encuentro, y cómo sucede? Lo habitual es imaginar que sabemos lo que ocurre, y es cierto, todos sabemos, cada uno sabe, pero, ¿cuánto y cómo sabe?


Sabemos que sentimos cosas, que pensamos otras, pero no nos damos cuenta, por

ejemplo, que a menudo confundimos lo que sentimos con lo que pensamos.


En realidad, ni siquiera nos ha interesado comprender la utilidad de distinguir lo uno de lo otro. Finalmente no podemos precisar, dar cuenta con claridad de lo que acontece; nos ofrecemos una información vaga, confusa, que empleamos para organizar nuestro comportamiento.


Es necesario contar con algún marco sobre lo que es posible esperar que nos pase, sobre cuales son las zonas que se impactan en mí ante la presencia del otro. ¿Cuáles son las reacciones que en nosotros se producen frente a ese otro, o más bien, frente al impacto que en mi provoca la presencia del otro? ¿Que parte de mí es la que tiene la posibilidad de reconocer ese impacto y las reacciones, y efectuar las distinciones a que aludimos?. Estas y otras preguntas parecen necesitar respuestas.


Nos enseñaba Raúl Velozo (*), Profesor de Filosofía, cómo Husserl planteaba la necesidad de reconocer la existencia de un cuerpo en la dinámica del funcionamiento humano. Cuerpo que posee la capacidad y la autoridad para saber de un otro real. Él siente la presencia del otro, recibe en su materialidad, en su estructura, y en sus espacios, el impacto, la influencia del otro. Él es quien se afecta por el contacto físico o por la cercanía del otro. Es en el cuerpo donde se despierta la ternura, el cariño, lo erótico, la rabia y otras sensaciones. Aquí la realidad deja su impresión. Habitualmente nosotros recibimos de esa impresión, orgánica, sensible, primaria, una información menos vital: símbolos, pensamientos o imágenes que amortiguan la intensidad de la realidad. Recibimos una información que ofrece grados de realidad inferiores a las que experimenta el cuerpo. Éste no participa como sensor, como fuente directa y fresca de información. Su mensaje es derivado, sustituido, transformado en un material que habla acerca de él, pero que no es él. Es un material que pierde la calidad de vivo.


El que esto ocurra así, tiene que ver con la falta de habilidad cultural, no natural, para vincularnos con lo real, con esa dimensión que no se detiene, incierta, que nos exige desarrollar una actitud creadora para recibirnos, una capacidad para “construir improvisando siempre”. Sí, el cuerpo, su naturaleza, pertenecen a esta dimensión. Basta con reconocer lo que nos sucede cuando experimentamos sensaciones como dolor, tristeza, placer, y la perturbación que nos genera, lo indefensos que nos sentimos. 


Hemos sido preparados para aprender a amortiguar, a neutralizar lo vivo, desconocer su condición esencial y reemplazarlo. Suponemos que esos pensamientos e imágenes son la realidad, nos conformamos con esta pseudo conexión, nos habituamos a modular nuestro andar, utilizando esta referencia poco genuina. Así, no podemos, por ejemplo, saber realmente el grado de agotamiento que experimentamos y la necesidad de descanso que mi vida tiene. No sufrimos el peso de nuestro cuerpo, no saboreamos el alimento, no sentimos plenamente el sexo. Toda esta información que el contacto con el cuerpo, en tanto el mismo ofrece, no es para nosotros, no existe, sin embargo, si existe la idea acerca de si me corresponde o no estar cansado u otras.


Entonces, este cuerpo ha de ser buscado por las interesantes posibilidades que nos ofrece, como las mencionadas y otras.     

                                                  

¿Quién lo puede encontrar?, ¿Quién puede reclamarlo, convertirse en sujeto?, ¿Quién es el que hace conciencia de su presencia o de su ausencia?, ¿Quién puede decidir arriesgarse a salir de ese espacio amortiguado y saltar a la aventura?. Este es un tema que da susto abordar. Es inevitable para mí experimentar una sensación que puedo simbolizar como de irreverencia, porque no pareciera reservado a los hombres comunes abordar un tema como éste.


Este espacio íntimo, este sujeto presente, esta entidad que sé en mi, difícil de definir, que anima, soy Yo. Yo soy, alma, espíritu, conciencia; Yo, que puedo elegir atender mi cuerpo o a mis ideas; Yo, que me puedo pedir atender a ambos. Soy Yo quien sabe cuál es el impacto que tiene el otro en mí. Yo soy el que con mi cuerpo escribo, el que necesita expresarse, el que cuenta con el intelecto para que me ofrezca las palabras apropiadas, en el orden adecuado. Soy el que puede reconocer la activación y distinguir su tipo y naturaleza, su intensidad, reconocer también la tendencia de la primera reacción.


Yo soy quien está escribiendo para usted, usted que estará atendiendo a esta lectura también desde su propia intimidad y que podrá sentir perturbación si no entiende.


Esta presencia reconocible, que siente, que puede tomar conciencia de la vida en uno y afuera, esta presencia que siempre está, pero que no siempre hace conciencia de sí misma, Soy Yo, aquí, escribiendo y es usted allá leyendo este texto.


No es posible abordar en toda su complejidad un tema como el que hemos intentado abrir en este espacio. Por ahora será útil reflexionar en lo que pudimos ofrecerles, para intentar posteriormente seguir profundizando.



Editorial Boletín Triagrama, Julio de 1996.

Doctor Milton Flores


(*) En referencia a un conversatorio sostenido con el profesor Velozo en mayo de 1996, en la casa de San Jorge, en Ñuñoa, en donde funcionaba el Instituto para el Desarrollo de la Vida en Comunidad y se realizaban diversas actividades culturales abiertas.





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